Por: Dolly Martin
La paz que trae el perdón
José tenía 17 años cuando sus hermanos lo vendieron a unos ismaelitas por veinte piezas de plata. Los celos que tenían contra José, fomentado por el favoritismo que éste recibía de su padre, los consumió a tal grado que casi matan a su medio hermano. Su hermano mayor, Rubén, les disuadió de cometer homicidio, pero cuando vieron acercarse una caravana de mercaderes, Judá tuvo la brillante idea de vender a José como esclavo. Pensaron que deshacerse de su hermano les traería gozo y paz, pero no fue así.
Por común acuerdo, los diez hermanos le mintieron a su padre, y le hicieron creer que un animal había despedazado a José. Jacob, lejos de olvidarse de José se sumió en depresión y no pudo ser consolado. Esto llenó a los hermanos de remordimiento, y culpa.
Cuando el enemigo nos tienta a pecar, siempre nos describe la tentación con colores brillantes, haciéndonos creer que todo saldrá bien. Pero él es un mentiroso, padre de mentiras y nunca dice la verdad. Él es un ladrón y Jesús dijo que su meta es “matar, robar y destruir”. Cada vez que el diablo o uno de sus secuaces nos susurra, es para hacernos daño y de ser posible destruirnos.
Veintidós años después de vender a José, los hermanos seguían viviendo con el peso de su traición. En Génesis 42:21-22, el Señor nos deja ver el dolor y remordimiento que carcomía el corazón de estos hombres. Llegaron los hermanos a Egipto para comprar grano para sus familias y son acusados por el primer ministro de ser espías. Aunque habían pasado más de dos décadas desde que vendieron a José, inmediatamente sintieron que este problema que enfrentaban era castigo de Dios por ese pecado. Dice el texto, “Y decían el uno al otro: Verdaderamente hemos pecado contra nuestro hermano, pues vimos la angustia de su alma cuando nos rogaba, y no le escuchamos; por eso ha venido sobre nosotros esta angustia. Entonces Rubén les respondió, diciendo: ¿No os hablé yo y dije: No pequéis contra el joven, y no escuchasteis? He aquí también se nos demanda su sangre”.
Una vez que caemos a la tentación, el diablo comienza a torturarnos con culpa. Hay un dicho en inglés: “El pecado te lleva más lejos de lo que quieres ir, te retiene más tiempo del que quieres quedarte y te cuesta más de lo que quieres pagar”. Estos hermanos habían estado sufriendo con remordimiento y culpa todos estos años. El enemigo no les dejó olvidar la escena conmovedora cuando José les rogaba que tuvieran misericordia de él.
Dios no desea que suframos de culpa. Él nos dice claramente en 1 Juan 1:9 que hacer cuando caemos en pecado. “Si confesamos nuestros pecados, él es fiel y justo para perdonar nuestros pecados, y limpiarnos de toda maldad”. Si estos hermanos hubieran confesado su pecado a Dios y a su padre, no habrían sufrido el tormento y la carga emocional todos esos años.
Cuando al final José se da a conocer a sus hermanos él les dice, “Ahora pues, no se entristezcan ni les pese el haberme vendido acá, porque para preservación de vida me ha enviado Dios delante de ustedes” (Génesis 45:5, RVA-2015). José ya había perdonado a sus hermanos y no guardaba rencor contra ellos por la manera en que lo habían tratado.
José es un tipo de Dios quien envió a Su Hijo, Jesucristo, para pagar el precio de nuestro rescate mucho antes de que nosotros le pidiéramos perdón. Dice Romanos 5:8, “Mas Dios muestra su amor para con nosotros, en que, siendo aún pecadores, Cristo murió por nosotros”.
La Navidad puede ser un tiempo difícil para usted si tiene conflictos no resueltos en su familia. Usted no puede cambiar el comportamiento de otros, pero puede examinar su propio corazón y asegurarse de no guardar rencor, animosidad, o falta de perdón contra ellos. Dice Romanos 12:19, “Si es posible, en cuanto dependa de vosotros, estad en paz con todos los hombres”.
En esta Navidad, examine su propio corazón y perdone como usted mismo fue perdonado por Dios el Padre por medio de Su Hijo, Jesucristo. ¡Feliz Navidad!