Por: Miguel Jacinto
Imaginemos que la vida es como un hermoso rompecabezas. Cada pieza, aunque pequeña, tiene un lugar y un propósito específico dentro del todo. Al principio, cuando tomamos una sola pieza, no podemos ver el cuadro completo, pero sabemos que está diseñada para encajar con otras piezas, creando una imagen mayor. Así es como Dios ha diseñado nuestras vidas: cada uno de nosotros tiene un papel único, pero todos juntos formamos parte de un plan divino.
Cada ser humano refleja la naturaleza de Dios
El libro de Génesis nos recuerda que Dios creó al ser humano a su imagen y semejanza (Génesis 1:26-27). Esto indica que el propósito original de todo ser humano es reflejar la naturaleza de Dios en la Tierra. El hombre y la mujer fueron creados para vivir en comunión con Dios, disfrutando de su presencia y obedeciendo sus mandamientos.
El propósito del hombre es amar a Dios y servir a los demás
A lo largo de las Escrituras, se enfatiza que el propósito de la vida no es simplemente la satisfacción personal o la acumulación de riquezas materiales. Jesús nos enseñó que el principal mandamiento es amar a Dios con todo nuestro corazón, alma y mente, y amar al prójimo como a nosotros mismos (Mateo 22:37-39). De esta manera, el propósito de la vida humana se extiende más allá del individuo y se enfoca en el servicio y la dedicación a los demás.
Cada ser humano tiene una misión divina
El apóstol Pablo, en sus cartas, también nos recuerda que cada creyente tiene un propósito específico en el cuerpo de Cristo. En 1 Corintios 12:4-7, se explica que cada persona tiene dones espirituales dados por Dios para edificar la iglesia y cumplir con la misión divina de extender el Reino de Dios en la Tierra.
Todo ser humano debe consagrarse al servicio de Dios
Estimado amigo, el propósito de la vida es vivir de acuerdo con los planes divinos, conocer a Dios, amarlo, servir a los demás y compartir el mensaje de salvación. Todo esto apunta a la gloria de Dios y al bienestar de todos los que nos rodean. Sin embargo, este propósito en la vida solamente se alcanza cuando confiamos en Jesús como nuestro Señor y Salvador. Al consagrar nuestra vida a su servicio somos transformados espiritualmente para cumplir con la misión que Él nos ha entregado.